14 de septiembre de 2011

"Me dijo que iba a ser torero"

Marta Tomás, consorte de Diego Urdiales, torero

“Si él disfruta toreando, disfruto yo”

Lucía Martínez Odriozola

El domingo pasado [28 de agosto] se celebró la última corrida de la feria de Bilbao. Se lidiaban toros de Victorino Martín. El quinto, de nombre Bocatejo, le correspondía en el orden a Diego Urdiales (Arnedo, 1975). Hizo una gran faena, pero al entrar a matar la espada patinó en una de las banderillas, su muslo se estrelló contra el pitón derecho y la taleguilla grana y oro se llevó un desgarro. El torero acabó su faena, y la corrida, y salió de la plaza por la enfermería en lugar de por la puerta grande. Su triunfo también se llevó un desgarro. Marta Tomás (Arnedo, 1976) es su esposa. Suele acompañarlo a las plazas en que torea. Esta conversación se mantuvo antes de que él hiciera el paseíllo.
-¿Novios desde los doce?
-Él tenía trece y dice que se había fijado en mí cuando iba a jugar al fútbol, que era su pasión. Dice que yo destacaba y que pensaba que podía ser su novia.
-¿Por qué destacaba?
-Era muy alta y él pequeño. Cuando íbamos por la calle, nos decían el punto y la ‘i’. Ahora somos iguales. Yo me fijé en él por guapo. Y un día, con aquella edad, me dijo que iba a ser torero. Y me acuerdo perfectamente cuándo nos hicimos novios, el 15 de mayo de 1988. Lo apunté en un cuaderno. Todos pensaban que era una cosa de niños.
-¿Cómo se ennovia a esa edad?
-Estábamos todo el rato hablando y tonteando y yo le pregunté si iba a ser mi novio o no. Contestó que no, porque es muy guasón. Luego dijo que sí y hasta hoy.
-Y ya se casaron.
-Su vida siempre ha sido muy dura. Toreó mucho de novillero sin caballos. En 1999 cogió la alternativa, y no le salían muchas corridas. Su familia es humilde y había que comer. En Arnedo todo el mundo se dedica al calzado. Decidió trabajar pintando suelas de zapatos. Eso sí, sus horas de entrenamiento eran sagradas. Luego cambió por pintor de brocha gorda. No quería casarse hasta romper en su profesión. Con 28 años decidimos que ya llevábamos mucho tiempo y que la vida tiene que seguir. Nos casamos en 2003 y Claudia nació hace tres años.
-¿Duro entonces?
-Sí, mucho. En Francia le llamaban ‘niño prodigio’. Después de la alternativa, sufrió un parón. Dicen que se torea como se es y Diego es muy de verdad, muy sincero, va por derecho.
-¿Cómo fue su primer traje de luces?
-No recuerdo si era blanco o caña, de segunda o tercera mano. El primero que se mandó hacer fue un regalo de gente amiga de Arnedo, salmón y oro. Ahora tendrá siete u ocho. A mí me gustan los azules, el azul Bilbao.
-¿Es supersticioso con alguno?
-Él no, yo sí. Tenía un traje que se hizo para la alternativa, blanco y plata, y cada vez que se lo ponía, se rompía. Le cogía. Yo no podía soportar aquel traje. Él me decía que no era el traje, que era él. No es supersticioso.
-¿Qué hacen cuando se rompe el traje?
-Si se rompe el bordado hay que cambiar la taleguilla, el pantalón entero; si solo es el punto, se conserva el oro.
-¿Cuánto cuesta un traje de luces?
-Unos 7.000 euros. Le gustan los de Casa Fermín, en Madrid.
-¿Y el capote de paseo?
-El primero fue de la virgen de Vico, nuestra patrona. El de la virgen de Valvanera lo ganó en la feria de Logroño.
-¿Usted nunca le ha dicho: ‘Diego, por favor, por Claudia y por mi’?
-Se pasa muchas veces por la cabeza, pero te metes en esta vida sin querer y lo aceptas. Yo sé que no le puedo decir que lo deje porque es su vida y lo he conocido así. No soy nadie para decirle deja o deja de hacer. Es su profesión. Yo tengo mucho carácter y a veces pienso que es una mierda.
-Pero ahora le van mejor las cosas.
-Sí, le van bien, pero la vida de un matador de toros, y de quienes estamos alrededor, es durísima.
-¿Por qué?
-Vivimos en tensión. Si toreas porque toreas y si no, porque no toreas. Vivimos bien de ello, pero no hay descanso. Piensas que al acabar la temporada te relajarás, pero entonces llega el campo, y cuando no viene con el codo roto, ha recibido un varetazo. La vida de un matador de toros es muy estresante, no existe la monotonía. Cuando después de tanta lucha se recompensa con un triunfo en una plaza, no hay palabras para describirlo.
-¿Es cierto que Bilbao es una plaza distinta o es una bilbainada?
-A mí me encanta. Llevo 12 años viniendo y tienen una forma diferente de ver el toreo. Ven si está bien y si no, lo respetan. Otra cosa son los triunfos. Los toreros saben que en Bilbao no se regala nada.
-¿Cómo se entrena?
-Eso es lo que le ha mantenido vivo. Durante mucho tiempo no ha tenido ni vacas para torear porque no se las daban
-¿A qué escuela fue?
-El toreo se lo inculcó Rafael Guerrero, un señor de Arahal, Sevilla, que tenía un bar en Arnedo. Lo que le enseñó este señor y el tiempo. Luego, Luis Miguel Villalpando, su apoderado, confió en él. Ha tenido pocos amigos pero muy buenos y grandes aficionados. Y luego con el entrenamiento.
-Pero, a ver, ¿qué hace?
-Pasea dos horitas por la mañana y luego otras dos horas de toreo de salón. Su hermano Juanjo, que va con él, tiene una gran capacidad para imitar toros. Le dice: ‘Te voy a hacer un Victorino complicado’ O un toro extraordinario, o con motor, o que va a rematar. Esto lo hacen en la plaza de toros de Arnedo. En casa tiene una muleta debajo del sofá y cuando no hay nada que hacer, la coge y hala, para aquí, para allá, mientras yo veo la tele. Tiene una afición desmedida. Siempre la ha tenido.
-¿Qué rituales sigue?
-Duerme bien de víspera, come poco, un platito de pasta, echa la siesta o no duerme pero descansa, se levanta y a vestir.
-¿Cuánto tarda?
-Una hora, le ayuda el mozo de espadas. Llega 20 minutos antes del paseíllo, va a la capilla… Diego es creyente
-¿Y después?
-Va a la habitación y se ducha y si ha triunfado la habitación está repleta y si no, estamos los de siempre.
-¿Usted tiene rituales?
-Normalmente, cuando torea no suelo estar, no voy al hotel. Yo hago mi vida. Voy a la plaza, a un tendido de sombra, y siempre acompañada de amigos. Me gusta pasar desapercibida. Le digo que si disfruta él, disfruto yo. No siempre estamos igual, hay plazas y días.
-¿Tiene capilla?
-Pequeña, en casa, con fotos de mi marido, de la virgen de Vico, la de Valvanera… Es tal la tensión que pasas, que necesitas pedirle a alguien que por favor no pase nada. Creo que hay que creer en algo.
-Y si ve que el toro es una alimaña, ¿qué hace?
-Pasar diez minutos de infarto. Me han llegado a dar taquicardias. Cierro los ojos, aprieto los puños, y me encomiendo a quien sea. Y repito ‘Por favor, por favor, por favor’.
-Si usted pudiera elegir otra vida…
-Elegiría lo que le hiciera feliz a Diego.

Publicado en El Correo (4/9/2011).

4 comentarios:

Carlos Gorostiza dijo...

Una demostración asombrosa de amor y un buen trabajo de la entrevistadora.

momodice dijo...

Gracias, Carlos, pero... ¿Es asombroso por inusual? ;-)

Carlos Gorostiza dijo...

No sé si es inusual, quiero pensar que no lo es, pero cuando el amor cotidiano se manifiesta en toda su profundidad siempre resulta asombroso. Tal vez porque acostumbramos a saber más de amores encendidos y pasionales y menos del amor hondo y tranquilo.
Te digo que es un buen trabajo porque creo que sacaste lo que esa mujer sentía sin tal vez siquiera haberlo reflexionado.

momodice dijo...

Creo que sí, Carlos. Yo, con esta serie de entrevistas a mujeres y hombres que aman y además han perdurado al lado de sus parejas, y se dejan fotografiar en el sentido estricto y metafórico de la entrevista, estoy aprendiendo mucho. Estoy aprendiendo que reconocerse humanos es bello y embellece.
Y enseñar eso me parece un gran objetivo.