13 de septiembre de 2013

Hoy, 13 de septiembre, Ramiro Pinilla cumple 90 años


A Ramiro lo conozco de siempre, por eso no recuerdo cuándo ni cómo lo conocí. Ramiro siempre ha estado ahí.

Sí tengo algunos viejos recuerdos de él: un mitin político en Plencia en el que él se presentaba como comunista y añadía que en aquella sociedad todavía franquista existía la creencia popular de que los comunistas tenían rabo y cuernos. Y lo decía con esa voz tan serena, casi dulce.

Recuerdo haberle visitado un domingo por la mañana cuando me enteré de la muerte de Luciano Rincón. Otro día me lo tropecé en la calle. Venía de comprar una maceta. Me contó que en las escaleras de su casa había un viejo geranio en un tiesto roto y que aquella primavera al verlo reverdecer se había enternecido y quería cuidarlo. En el chino de Las Arenas, el primero en abrir, un día pidió una sopa normal. Le sirvieron de aleta de tiburón. Siempre tomaba lo mismo.
Fue una especie de precursor del big data. “De mi casa a la estación de tren hay tantos pasos –me dijo un día­–. En ese trayecto siempre me encuentro con una persona. A veces, nada más salir de casa; otras, casi llegando a la estación”.
Le gustan el queso de Burgos y la Coca-Cola. Es un tipo elegante, con ese porte.
No es gesticulero en absoluto, pero a veces hace un cierto gesto de sorpresa muy verdadero y expresivo. Es un gran tímido.
Ramiro tenía la cosa de hacer una revista en su pueblo y la hizo: La Galea. En torno a aquella redacción nos juntamos un grupo de jóvenes con veleidades de todo tipo. Yo quería ser periodista y allí tuve las primeras oportunidades.
No sé si de mi participación en Galea o de la asistencia al taller de literatura, que sigue celebrando todos los lunes desde los años ochenta, he aprendido mucho de escribir, y de hacerlo bien. Hace 35 años no quería estar de acuerdo con él en muchas cosas, pero ahora que veo cómo escribo y lo que me gusta leer, sé que sus enseñanzas han sido un sirimiri lento y perseverante que me han calado y forman parte de mi estructura literaria.

Hace 10 años, quería juntar a Unai Elorriaga y Pinilla en una conversación: dos escritores getxotarras, que han tomado el pueblo como un personaje más, 50 años de diferencia entre ellos, uno en castellano y el otro en euskera...
El primer problema fue juntarlos. Elorriaga escribe por las mañanas y no se salta una y Ramiro por la mañana duerme y camina y escribe por las tardes. Ese día uno de los dos no escribiría. Por una cuestión de edades, intenté que la cita fuera por la mañana en casa de Pinilla. El joven se resistía. Ramiro me dijo: “Pues venid por la tarde”. Nunca le he dicho nada, pero me pareció de una elegancia digna de transformar en lección. Yo sí la aprendí. No sé si Unai llegó si quiera a saberlo. El resultado de esa conversación lo publicamos en El Correo.

Me encanta cuando se ríe y, sobre todo, me encanta que se ría de algunas cosas.

Para mí Ramiro siempre ha sido un señor mayor. Felicidades, Ramiro.

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